La fortaleza ha sido a menudo asociada por los autores escolásticos a lo que los antiguos llamaban “apetito irascible”. El pensamiento de los antiguos no imaginó un ser humano sin pasiones: sería una piedra. Y las pasiones en sí no son necesariamente el residuo de un pecado; pero deben ser educadas, deben ser dirigidas, deben ser purificadas con el agua del Bautismo, o, mejor, con el fuego del Espíritu Santo.
Un cristiano sin valentía, que no doblega sus propias fuerzas al bien, que no molesta a nadie, es un cristiano inútil. ¡Pensemos en esto! Jesús no es un Dios diáfano y aséptico, que no conoce las emociones humanas. Todo lo contrario.
Audiencia General del miércoles, 10 de abril de 2024